Aunque ya se habían extinguido, su imagen permanecía palpitando en nuestras retinas y permanecíamos recostados en la hierba mirando el cielo. Entonces, mamá decía que no podíamos quedarnos dormidos a la intemperie, que el rocío nos haría mal a los pulmones. Así que papá nos aupaba uno a uno y nos metía en la tienda de campaña.
La imagen de las Perseidas nos servía de cuento de buenas noches y nos dormíamos sintiéndonos mayores por haber aguantado hasta tan tarde.
Papá salía de la tienda, abrazaba a mamá y se quedaban mirando un rato más el cielo.
—Al agosto de mis siete años: 1983 —especifico sin dudar al técnico de la máquina del tiempo.
Precioso
Muchas gracias, José
Enhorabuena, Patricia.
¡Igualmente!! Un placer compartir esta alegría contigo.