Como si de una plaga venenosa se tratara, les impiden el paso. Alba quiere pensar que su padre tenía razón, que tarde o temprano los dejarán entrar. Pero la noche cae, y nada ha cambiado. Se ovilla bajo la tienda que comparten con otras familias. Alba no puede conciliar el sueño. Las tripas le rugen, el llanto de su hermana pequeña le hiere la piel, y la humedad se cuela bajo su ropa. Pero lo peor está por llegar. Él esperará los ronquidos de los otros y se acercará, como cada noche.  Alba vomitaría si tuviera qué. Pero lo dejará hacer.  Él ha prometido que nunca las abandonará.

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