Desde que supe que habías muerto, no he dejado de pensar en ti.
Hoy te he visto en El Capricho mientras mis hijos correteaban por el jardín. Tenías doce, como cuando vinimos con el cole. Me cogiste la mano para llevarme bajo el arco donde nos dimos el primer beso. Yo, una señora de casi cuarenta, enredando su lengua con la de un niño y riendo a escondidas.
Entonces el pelo se me engancha en los ladrillos y me duele tener que regresar. Los niños me llaman preocupados, pero veo en tus ojos que ya nunca podré salir de aquí.
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