Era lo único que podíamos hacer por él, dadas las circunstancias. Como todos los años, insistía en que quería conocer mundo. Pero no tenía papeles y no era factible que consiguiera sobrevivir vendiendo incienso.
Llegado el 7 de enero, lo envolvimos con sumo cuidado en su papel burbuja, y lo volvimos a meter en la caja del altillo.
Es genial, me encanta.