Ser lobo de cuento moderno es una profesión de riesgo. Desde que se ha instaurado la idea de que los cuentos clásicos dañan la sensibilidad de los niños y son injustificadamente crueles, hemos perdido todo el status que teníamos.
Ya no nos comemos cazadores, y menos que menos adorables abuelitas. Ya no se nos está permitido mentir, para no socavar con males ejemplos las mentes infantiles. Así que si una inocente niña nos confunde con su abuelita (hipotético y poco probable caso ya que no nos podemos comer a la dichosa anciana), y nos dice Abuelita, abuelita que orejas tan grandes tienes… No nos queda más remedio que confesar. Niña, que no soy tu abuelita, que soy el lobo malo y me he disfrazado con su ropa, para ver si cuela y te puedo engatusar y terminar comiéndote… Resultado: la niña sale corriendo, no sin antes sacarse un selfie contigo para presumir entre sus amigas.
Todo el mundo sabe que los lobos corremos más rápido que las niñas. Y más aún si van descalzas por el bosque. Así que, podríamos perfectamente capturarlas y devorarlas, triturando sus nacaradas carnes con nuestras poderosas dentaduras, y salpicando toda la escena de sangre. Pero no. Eso tampoco nos está permitido en los cuentos modernos. ¿Qué hacen los narradores para que no las atrapemos? Pues… lo que sea. Todo les vale. La última niña de rojo con que me topé, comenzó a correr y correr, y cuando estaba a punto de hincarle el diente en su gracioso pie, la muy caperuza empezó a ir más y más rápido, hasta que sin mediar explicación lógica alguna, comenzó a flotar hasta perderse entre las copas de los árboles.
Un insulto a la inteligencia de los niños. ¿Cómo van a creerse semejante tontería? Cuentos… cuentos eran los de antes.
Escrito para los Viernes Creativos a partir de esta fotografía de Laura Zalenga.
Este mundo tan políticamente correcto va a terminar con las buenas historias; menos mal que, a pesar de ello, está tu pluma para remediarlo.
Un abrazo, Patricia
¡Gracias, Ángel!