Es de los que no tienen buen pronóstico. Para saberlo basta con observar la dificultad con que respira a pesar de tener una máscara de oxígeno ayudándolo. Lo vi por primera vez ayer por la tarde, durante el segundo turno de limpieza. Entonces pensé que era de los que esperaban hueco en la UCI.
Pero hoy, al entrar en la habitación arrastrando mi carro repleto de armas letales y jabonosas, sigue allí.
Esta vez me mira, lo cual puede ser interpretado como un signo de mejoría o como un recurso desesperado. Muchos intentan asirse a un clavo ardiendo y nos ruegan a los simples limpiadores, que les demos algo. Algo que les quite la fiebre, o les calme los malestares, o les ayude a sentir que no se van a ahogar de un momento a otro. Entonces les muestras la fregona, las bayetas, y te encoges de hombros. Cuando además de mirarme, intenta dirigirme unas palabras inarticuladas, eso es lo que hago.
—No soy sanitario, amigo. Quédese tranquilo, ya pasarán a atenderlo.
El hombre niega con la cabeza, como si ese no fuera su problema e intenta hablar otra vez, mientras señala la puerta del armario donde se colocan los efectos personales de los enfermos.
Comprendo que me está pidiendo algo que tiene allí, y dudo. No debo acercarme a él, no sé si tengo permitido tocar sus cosas. Sigo repasando todas las superficies, esperando que ceje en el intento. Y parece haberlo hecho, cuando estando a punto de retirarme, se quita un momento la máscara y pronuncia dos esforzadas y claras palabras: “Gracias igual”.
Me siento culpable. El hombre no merece que lo trate así.
—Lo siento. Es todo muy raro. Me llamo Felipe.
—Yo, Germán —articula con dificultad en medio de una sonrisa semioculta tras la máscara.
—Hasta luego, Germán. Pasaré más tarde. Hoy doblo turno. Para entonces, tendrá usted más fuerzas, ya verá. Y me contará si hay algo en que pueda ayudarlo
La mirada del hombre se ilumina como si le hubiera prometido un milagro. Asiente y levanta el pulgar.
Cuando regreso a su habitación me espera semisentado en la cama. Cierto color empieza a difuminarse en sus mejillas pálidas y levanta la mano en un gesto de alegre saludo.
—Hola, Germán. ¿Ha visto que no le mentía? Aquí estoy —digo mientras empiezo a sacar mis artilugios del carrito.
—Gracias —pronuncia esta vez con voz más clara.
Le sonrío. Me sonríe. Así, a dos metros de distancia uno del otro, y con las bocas tapadas, nos sonreímos. Su sonrisa se le trepa a los ojos. Llevaba años sin sentirme tan cerca de otro ser humano a pesar de las cinco baldosas que separan los pies de su cama de los míos, repentinamente inmóviles junto a mi carrito.
—Mi perro —dice con esfuerzo.
—¿Su perro está solo? ¿Vive usted solo?
Asiente. Entonces comprendo cuál es su preocupación. Lleva dos días ingresado.
Me mira expectante.
—No sé si podré ayudarlo… —empiezo a decirle. Estoy haciendo doble turno, apenas tengo tiempo de ir a casa a dormir una pocas e inquietas horas para volver a trabajar.
Pero lo que veo en su mirada, me hace cambiar de opinión. En su mirada veo que ese hombre está luchando por salir adelante porque un perro lo espera en casa.
Yo no sé de medicina, ni de cosas complicadas, pero sí sé de desesperación, y de tablas de salvación. Porque he flotado en aguas turbulentas cogido a un madero astillado. Un madero frágil y pequeño, pero capaz de salvarme la vida. Su madero es ese perro.
—Dígame, ¿cómo se llama su perro?
—Brandy. Era de mi mujer…
—¿Qué le pasó a su mujer? —pregunto sin estar seguro de querer saberlo.
Los ojos se le llenan de lágrimas.
—¿Qué tan grande es Brandy? —pregunto de inmediato, solo para cambiar de tema.
Extiende con esfuerzo los brazos.
—Es dócil… —explica.
—Mire, German. Yo lo ayudaré. Le prometo que lo ayudaré. Antes de terminar mi turno volveré por aquí. Ahora descanse.
Así fue como empezó todo. Brandy resultó ser un chucho listo y obediente. La primera vez que me colé en su casa, ladró hasta desgañitarse. Pero cuando vio que le reponía el agua del bebedero y le traía pienso, comenzó a mover la cola sin parar. Y así siguió recibiéndome día tras día. Limpié el piso con esmero y cada día antes de ir al hospital y de regreso, paso a alimentarlo y sacarlo a la calle.
En nuestros paseos le hablo de Germán, de lo mucho que está progresando, y de que pronto regresará. Y también le hablo de la soledad. De cómo la soledad puede hacerse soportable cuando se tiene un Brandy a quien querer. El perro pensará que le estoy hablando de su dueño. Pero no, le estoy hablando de mí mismo. De la soledad de estar en un país que no es el mío, lejos de la familia, los lugares, los olores que han habitado mi vida hasta hace apenas un año.
Hoy, después de dos semanas, llega el esperado momento. Germán es dado de alta. Sanitarios, celadores y limpiadores, lo aplaudimos mientras transita el pasillo con paso más seguro de lo esperable.
Se detiene junto a mí y me sonríe con los ojos, y con la boca oculta tras su mascarilla.
—No sé cómo te podré agradecer —dice emocionado.
—Ni yo. Usted me ha dado un motivo por el que sentirme orgulloso de mí mismo.
No podemos abrazarnos. Ya lo haremos más adelante. Porque cada día al ir y venir al hospital, seguiré pasando por su casa. Para sacar a Brandy, para sonreírnos a través de las mascarillas. Y para recordarme que los maderos a los cuales podemos aferrarnos tienen a veces las formas más insólitas.
Comento en este, aunque también me ha gustado el otro, pero bueno… quizá este más. A ver… ante todo: GRACIAS. Habrás leído miles de razones que llevan a un escritor a escribir. Miles. Y entre todas esas razones, a veces, no pueden contra una sola de las dificultades y… pues eso… ¿Escribir ahora? Sí, porque hay más tiempo, pero… estamos más abatidos, y… joder, si escribimos sobre EL TEMA, parece que somos oportunistas, o cansinos, o es un tema redundante, fácil, manido… En fin. Dudas. Sin embargo, al leerte, los que somos más cobardes decimos: ¡Ea, si es que ésta… Read more »
Hola, Alberto. Muchísimas gracias. A mí me ha costado escribir estos dos textos mucho más de lo que me cuesta escribir de forma habitual, seguramente por las razones que expones, y porque siempre pienso que es mejor no estar dentro de las situaciones para poder sacarles lo mejor en el sentido literario. Sin embargo lo he hecho porque se trataba de dar visibilidad a todos esos héroes que nos están permitiendo a los que nos quedamos en casa, seguir adelante. Ese fue el motivo por el que los escribí contradiciendo mi principio de tomar distancia de las cosas para construir… Read more »