Cuando llegué a casa el pequeño corrió a abrazarme.

—Le he dicho a la profe que eres mago ¿vendrás a actuar para mi clase? ¡Porfa, porfa!

Las orejas se me pusieron rojas, y el bigote empezó a temblarme.

— ¿¿Qué iré a dónde??

Al final su madre me convenció. Tu hijo está orgulloso de ti, es normal que quiera alardear ante sus compañeros, argumentó.

Días después me presenté en su clase con mi varita y mi frac. Sus amigos disfrutaron en grande. Pero lo mejor fue el final, cuando saqué un hombre de la chistera y permití que todos los gazapos lo acariciaran.

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