Este no es nuestro estilo de familia y sin embargo ahí estábamos, aunados por los sueños, por las expectativas, por las ganas, pero, sobre todo, por las letras. Hay tiempo para todo, pensábamos. Por eso nos regodeamos en los abrazos, las anécdotas, las risas, las fotos compartidas en uno y otro grupo. Pero el tiempo se iba muy rápido, y de la comida bajo la sombra oscilante de una sombrilla enorme, salimos corriendo sin pagar.

La terraza de la Ser, ese ansiado podio al que llegar, estaba inundada de fotografías de años pasados, de rostros que nos salían al encuentro desde julios lejanos y cercanos. Recuerdos que, a quienes posábamos ante el señor que había salido a fumar, nos ahogaban sin remedio en esa casa navegable. Y el pobre fumador sin poder encender su cigarrillo, nos sugería sitios, culos de estatuas, sol, sombra, ¿cómo iba a imaginarse que no sabíamos nadar?

Calados hasta los huesos, vivimos el encuentro con Francino, siempre tan cercano, siempre tan acogedor, ¡y las fotos que nos sacaron con un móvil que no era nuestro! ¿Me estás escuchando, tía? ¡Que nos quedamos sin foto con Carles! ¿Cómo no le dimos un móvil de los nuestros? ¿Dónde la van a publicar?

Prueba de cascos. Decid algo. Nosotros no sabemos decir sin boli, sin un teclado, sin una frase inicial que dispare el torrente de palabras. Y empieza el programa. Y queremos que termine y queremos que no acabe nunca. Le pedimos al técnico que haga todo lo posible por mantenerlo con vida un poco más. Pero el final llega, y el veredicto y la alegría en vivo de dos campeones que arañaron el premio gordo.

Fotos de familia, charla con el jurado, más codos y abrazos. Y promesas, y desafíos. El año que viene estaremos aquí otra vez, nos decimos los repetidores con nuestra incontrolable afición por los viajecitos interplanetarios.

Al salir, en la puerta de la Ser nos esperaba una comitiva. Ganadores de Rec, amigos de siempre, representantes del gremio microrrelatista dispuestos a brindar por las letras, vendedores de magma y cenizas y alguien que pasaba por ahí.

Después de las cervezas de rigor, nos despedimos buscando las luces de la Gran Vía porque la noche ya había caído sobre Madrid. Entonando promesas de reencuentros terraceros que ojalá podamos cumplir todos. Y sabiendo que pase lo que pase nos volveremos a abrazar. Si no, no seríamos nosotros mismos. Esa era fácil. Subordinada condicional.

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