Aquel día de verano de 1945, Cho y Naoko iban a compartir un paseo por la ribera del río Ota al salir de la fábrica. Ella se había esmerado en peinar su lacio cabello. Él había practicado el discurso con que le declararía su amor.

Ambos faltaron a la cita y no porque quisieran hacerlo. Unas pocas horas antes alguien, a kilómetros de distancia, había decidido que nunca llegarían a formar una familia.

Ellos hubieran sido tus abuelos, cariño. Yo hubiera sido tu madre, y ambas tendríamos el pelo liso de la abuela Cho.  Aquel hombre tan simpático que siempre nos ronda, sería tu padre.  Una pena que nos dejaran así, olvidados. Ahora, con tantos como somos aquí, difícil será tener otra oportunidad.

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