Esperan impacientes que aquellos dedos vuelvan a empuñarlos. Pero no regresan. Recostados contra los bordes del lapicero, se cuentan a sí mismos, historias que justifican la tardanza que va tornándose en ausencia. Saben que algo malo ha ocurrido. Hasta un lápiz puede entender que los gritos, el ruido, los fogonazos, la urgencia, el llanto, son los causantes de la oscuridad en que ha quedado sumido. Lo que no pueden entender es que la oscuridad no termine. Lo que no pueden soportar, es su propio peso apoyado durante tanto tiempo sobre la punta afilada.

Esperan. Hasta que las palabras se cuelan en la oscuridad, repetidas por miles de labios desde miles de sitios cercanos y distantes: “Je suis Charlie”

La mesa se ilumina y otros dedos, tristes pero decididos, vuelven a sostener con autoridad y valentía sus gráciles cuerpos. Se dejan transportar sobre el papel.  Se dejan usar como armas para luchar contra la barbarie. Saben que esa, aunque duela, es la forma de resucitar.

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