Fue un error de último momento. El príncipe besó a Bambi, que ni siquiera estaba dormido. El cervatillo salió disparado interpretando en su actitud quien sabe qué intenciones. La bella dormida, en cambio, siguió soñando con agujas envenenadas hasta la eternidad; mientras el príncipe saltaba de cuento en cuento buscando un rol protagónico. Alguien le puso en la mano un zapato de cristal y la tarea de encontrar a su dueña. Una estatua, pensó él, ¿quién otra usaría un zapato de cristal?. Y la buscó en cada escultura. Y la soñó blanca, quieta, perfecta.

El hada madrina advirtió a Cenicienta de semejante desarreglo y la envió al bosque en busca de otro príncipe. Ella terminó comiendo una manzana ofrecida por una desconocida, porque después de tanta búsqueda infructuosa se moría de hambre. Cayó muerta o dormida, como ocurre en estos casos, y otra vez sin príncipe a la vista. Los enanitos la vieron tirada en el bosque cuando pasaban con sus hachas al hombro. Decidieron no acercarse, sabían que si le conseguían un príncipe, se marcharía con él olvidándolos de inmediato. En cambio, pusieron a su lado el sapo más feo que pudieron encontrar y le hicieron creer que si ella lo besaba se convertiría en príncipe. Los intentos del sapo por despertarla han sido infructuosos hasta ahora. Ella no presta atención a sus saltos ni a su croar desenfrenado; sin embargo alguien le ha dicho que solo es cuestión de tiempo.

Y de eso sabe el sapo, su última enamorada ha dormido cien años en una caja de cristal para despertarse cuando un cualquiera se acercó a besarla.

Se ha impuesto un último plazo. Si en un siglo las cosas no cambian, se mudará a un cuento de brujas que lo usen como parte de sus maleficios, pero para eso todavía falta mucho.

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