La erupción empezó por los brazos, pero pronto se extendió. Las palabras emergían desde debajo de toda su piel. Las patas de las pes se clavaban en su epidermis, las alturas de las eles le hacían cosquillas, las sílabas tónicas le pinchaban con los aguijones de sus acentos. Pero lo peor eran los guiones de diálogo causantes de cientos de úlceras rojizas a punto de explotar.

Que no pique, rogó, que no pique. Pero ya había empleado sus tres deseos.

Lo de que me brotaran las palabras era una metáfora, intentó explicarle al genio antes de empezar a rascarse sin control maldiciendo sus sueños de gloria.

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